En La Plaza ¡¡



Aquí sencillamente confluyen las voces de todos, de todos los colores y tonos, de todos los sabores, las de ell@s, las tuyas, las mías, lamentos o gritos, ecos de pasados, suspiros de porvenires, sueños de los ficticios y de los poderosos, para chic@s y grandes, para tod@s. El mensajero traerá algunas semillas con el viento, hará caos, calara hondo, tal vez te pregunte o cuestione, plantará quizás cosechará, hará fiesta para l@s divers@s, verá con vos emerger la sorpresa, el sentimiento, la sabiduría, o la gran incertidumbre; lanzaremos cantos al viento y movimiento sobre la tierra. Por que no sumergirnos hoy de cuerpo entero en este hermosísimo poema de Vicente Aleixandre?...




EN LA PLAZA



 Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado. No es bueno quedarse en la orilla como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha de fluir y perderse, encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido. Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso, y le he visto bajar por unas escaleras y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse. La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido. Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo, con silenciosa humildad, allí él también transcurría. Era una gran plaza abierta, y había allí olor de existencia. Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo, un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano, su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba. Y era el serpear que se movía como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso, pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra. Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse. Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete, con los ojos extraños y la interrogación en la boca, quisieras algo preguntar a tu imagen, no te busques en el espejo, en un extinto diálogo en que no te oyes. Baja, baja despacio y búscate entre los otros. Allí están todos, y tú entre ellos. Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete. Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua, introduce primero sus pies en la espuma, y siente el agua subirle, y ya se atreve, y ya casi se decide. Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía. Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo. Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza, y avanza y levanta espumas, y salta y confía, y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven. Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza. Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo. ¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir para ser él también el unánime corazón que le alcanza!...



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